Voto de castigo
Domingo frío, de elecciones y con la visita del Rayo. El ambiente era de todo menos acogedor en el Bernabéu. En principio se esperaba una tarde tranquila, pero el partido fue de todo menos plácido para el Real Madrid a pesar de la goleada. La primera media hora el equipo de Benítez volvió a rozar el ridículo y salió desenchufado, una vez más, al encuentro. En los prolegómenos la afición ya había avisado dedicando unos cuantos silbidos a algunos jugadores y una pitada monumental al entrenador. Pero la cosa se torció aún más con los dos tantos de los de Vallecas en escasos dos minutos. Los visitantes daban la vuelta al marcador y eran superiores al Madrid. Fue entonces cuando rugió la afición, cuando se escuchó su descontento y su hartazgo de una situación que ya es límite.
Después, las expulsiones de Tito y Baena allanarían el camino al triunfo y eliminarían las piedras con las que se estaba encontrando un equipo sin alma ni fútbol. Diez goles sí, pero ni eso libró al Real Madrid de la bronca en el descanso. Algo gordo está pasando cuando, a pesar de una decena de tantos, el aficionado se va desilusionado y cabreado a casa. Otra vez la falta de intensidad, otra vez dormidos en el arranque de un partido. Y Benítez sin autocrítica, contento, y quizá agradecido, por haber evitado hacer un Valdano y ser fulminado tras una derrota ante el Rayo en casa.
Real Sociedad y Valencia marcarán el futuro de Benítez. No hay lugar a otro bochorno. Contra los de Jémez se salvó por la imprudencia de los rayistas y la rigurosidad del árbitro, pero no tiene más balas en la recámara. Los 10 goles no impiden ver el bosque al madridismo. Florentino Pérez es la única mano, la mejor eso sí, que aguanta a Benítez sobre el alambre. El entrenador madrileño debe pensar que ante cualquier fallo, al más mínimo error, aparecerá el game over en la pantalla y tendrá que hacer las maletas bajo el apodo de 'Rafa, El Breve'.
El Bernabéu ejerció en este domingo democrático su particular voto de castigo al entrenador y a los jugadores. Porque, a pesar de que Benítez es el gran señalado, la plantilla no se va de rositas en tal lamentable trayectoria. Menos cenas, menos conjuras, menos gestitos y más orgullo y profesionalidad. Los partidos duran 90 minutos. Que se enteren de una vez.